El tranvía al río
No decimos nada nuevo si comentamos que el tranvía que unía la estación de Quilmes con la costa, con sus vagones recorriendo las actuales calles Rivadavia y avenida Otamendi impulsados a tracción equina, fue un eslabón fundamental en el desarrollo de la ribera quilmeña, La obra en la cual invirtieran su capital Melville Bagley, Francis Younger, George Bate y Frank Livingstone, aunque no tuvo el éxito esperado (pocos años después de su inauguración solo Younger continuaba al mando de un servicio cada vez más deficiente) fue el puntapié inicial del tranvía que bajo la órbita de los hermanos Fiorito, años después, constituiría la base del proyecto que llevaría a nuestra costa a convertirse en el “primer balneario popular de río”, como tan bien lo describe la Lic. Matilde Salustio en su indispensable libro “El tiempo libre en la Argentina: el Balneario de Quilmes” (Ediciones Piro, 2009).
En abril de 1872 había llegado el ferrocarril de la mano del estadounidense William Wheelwright, acercando la metrópoli porteña al pequeño pueblito que por entonces era Quilmes, pueblito que solo 60 años antes había abandonado su carácter de reducción indígena. Con el tren llegaron los visitantes y los inversores y para julio de ese año el proyecto del tranvía había comenzado su construcción. Pocos meses después, y coincidiendo con la estación estival, el servicio de tranvía a caballo al río fue finalmente inaugurado; la fecha: el primer día del año 1873. O así al menos lo relata, entre otros, José Craviotto en su célebre “Quilmes a través de los años” (Municipalidad de Quilmes, 1966), y aparece en sucesivos libros y artículos que abordan el tema; José Andrés Lopez, sin embargo, no da fecha cierta en su divertidísimo “Quilmes de antaño” (Buenos Aires Books, reed. 2017) a pesar de haber sido testigo privilegiado de esa época y de dedicarle un capítulo entero a la fallida experiencia. Y es aquí donde aparece el “The Standard”, al que ya varias veces nos referimos…
“The Standard” fue un periódico publicado en Buenos Aires para la comunidad de habla inglesa; teniendo en cuenta que, aunque no en cuanto a cantidad de pobladores, la propiedad de las tierras del eminentemente rural partido de Quilmes a mediados del siglo XIX era mayoritariamente británica o norteamericana, el periódico cubría las noticias de esta zona y es fuente fundamental para recorrer el crucial año de 1872. Y así nos encontramos con el artículo “Quilmes: Tramway Inauguration”, publicado el miércoles 6 de noviembre de ese año, donde se da cuenta que el día anterior había sido oficialmente inaugurado el servicio de tranvía a caballos que unía la estación del ferrocarril a la Ensenada con la playa quilmeña. Y como solía hacer el periódico, nos da una completísima descripción de toda la ceremonia:
Las inauguraciones están a la orden del día. ‘De Shebe a Ind’ – es decir, de Cordoba a Quilmes. Es difícil decir cual es la mejor; las comparaciones son odiosas y no deben aplicarse en estos casos.
El tranvía de Quilmes, Whalepoint, Bray, Brighton o el balneario con el que quiera comparárselo [el periódico solía comparar a Quilmes con estos balnearios ingleses, a veces seria pero en la mayoría de los casos jocosamente] fue inaugurado ayer bajo los mejores auspicios. El tren de las 10.35 llevó a bordo a muchos invitados y los que faltaban fueron levantados en el camino. El día fue hermoso y la compañía selecta. El placer nos dirigía (dejando el trabajo en un segundo plano), ¿y qué más puede desear un editor ambulante como el que escribe?
Llegamos a Quilmes en 30 minutos, habiendo hecho los arreglos el sr. Simpson, conocido gerente de la línea a Ensenada.
Los vagones del tranvía nos esperaban una vez llegados a la estación de Quilmes y, luego de una breve demora, fueron ocupados por las visitas de la ciudad, la “empresa” – los señores Bates, Livingstone, Bagley y Younger, acompañados por los señores Lewellyn Lloyd Jones, Simpson, Geary, Marshall y otros que ocuparon el primer carruaje engalanado en su frente con la bandera argentina, y el segundo con la de Estados Unidos.
A la llegada a Quilmes ya estaban listos los equipajes de los señores Bates, Bagley, Walker y otros, los que fueron acompañando al tranvía en el recorrido hasta la playa.
La procesión se detuvo al llegar a la Plaza [se refiere a la actual plaza “San Martin”] mientras era saludada con cohetes y bombas y el sr. Agripena Echagüe [se refiere erróneamente a Agapito Echagüe, dueño del hotel “La Amistad”, ubicado en la esquina SO de Mitre y Rivadavia], el conocido hotelero, presentó a los cuatro miembros de la “empresa” un hermoso bouquet ornamentado con los colores de Argentina y Estados Unidos.
La “empresa” y varios visitantes descendieron frente al Juzgado para saludar al popular Juez de Paz, sr. Almestro [se refiere erróneamente al sr. Agustín Armesto, presidente de la Municipalidad durante ese año], los municipales [funcionarios similares a los actuales concejales] y otros importantes ‘Quilmeros’, incluyendo a un grupo de muy atractivas ‘Quilmeras’.
Luego del intercambio de salutaciones y deseos de buenos augurios, todos volvieron a los coches y continuarion rumbo a la playa, deteniéndose en un encantador pabellón arreglado por el sr. Echagüe, donde se almorzó. Las viandas eran de un gusto asombroso y el buen Champagne y otros licores fluyeron como el agua. Una vez que hombres, mujeres y niños (que había bastantes) saciaran sus necesidades, se le pidió al sr. Almestro, Juez de Paz, que hablara y en pocas pero justas frases brindó por el evento del día y deseó prosperidad a la empresa. Siguió el dr. Wilde, quien en un elocuente discurso destacó el progreso que ha tenido Quilmes en los últimos tiempos, prediciendo que nuevas casas, nuevos negocios y nuevos habitantes seguirían a esta nueva empresa que estaba iniciándose hoy. La Municipalidad apoyaba con todas sus fuerzas ese progreso y estaba decidida a hacer de Quilmes un lugar “privilegiado” en la provincia. Las palabras del dr. Wilde fueron recibidas con calurosos aplausos.
Siguió el dr. Livingstone, quien dio el discurso más importante del día. Agradeció al Juez de Paz y a la Municipalidad por el decidido apoyo que habían brindado a él y a sus socios para poder terminar este proyecto del tranvía a la ribera. Había visitado todos todos los pueblos y ciudades de la provincia, pero en ninguna había encontrado las ventajas de las que goza Quilmes; ninguna tiene una iglesia como la local, ninguna una Plaza tan bonita (aplausos), ninguna una pista de carreras como la de Quilmes (más aplausos) [se refiere al hipódromo que se había levantado en la costa y que lamentablemente sería arrasado por una fuerte inundación el verano de 1873]. Tenía una inmensa confianza en el futuro del pueblo, y brindó por su prosperidad. Su discurso fue aplaudido fervorosamente.
Fue el turno del sr. Bagley con un breve pero oportuno brindis a las Señoritas (‘Bellezas’ las llamó él justicieramente) de Quilmes allí presentes, declarando que ellas siempre le dan el principal encanto a las importantes ocasiones como la presente que él y sus socios, con la invalorable ayuda del Juez, han podido concretar. El brindis fue recibido fervorosamente.
Comenzó luego el baile y el sr. Bagley, observando que éramos “duros como maderas” para bailar [“stift in the pins” en el original] deferentemente nos llevó a recorrer la playa en su carruaje.
En otra ocasión relataremos las impresiones de este paseo. Se requiere muy poca imaginación para imaginarnos en las arenas de Brighton, Bray o Scarborough, hoy tan en boga. Al regreso el sr. Walker nos guió en otro paseo alrededor del nuevo hipódromo, el que deja al ahora famoso Bajo Belgrano en un cómodo segundo puesto como lugar para una buena jornada de turf [en el Bajo Belgrano, pocos años después, se levantará el Hipódromo Nacional, desaparecido hacia 1913. Como se ve, años antes esos terrenos ya se usaban para carreras de caballos]. El día terminó, al menos para nosotros, con una visita a la hermosa quinta del sr. Younger, sobre el recorrido del tranvía [a Younger se le habían dado terrenos sobre la avenida Otamendi para la realización de la obra], siendo la “copa del estribo” de la más selecta.
Quilmes avanza en el camino del progreso a un velocidad que sorprende al visitante casual. Sus hermosas quintas, su sombreado camino a la playa, sus hermosas laderas y árboles, su progresista Municipalidad y sus geniales vecinos le dan una merecido derecho a aspirar ser el balneario por excelencia de Buenos Aires. Pero ya hablaremos de eso más adelante.
A pesar que este tranvía al río no tendría el éxito que sus propietarios y la municipalidad esperaban (nuevamente remitimos al excelente “Quilmes de Antaño” de José Andrés Lopez para un muy buen relato del destino del mismo), sin duda el párrafo final anticipa lo que terminó sucediendo unos pocos años después, a partir de la llegada del tranvía eléctrico y la construcción de la rambla y balneario de Quilmes por los hermanos Fiorito. No por nada, como bien nos cuenta Matilde Inés Salustio en su indispensable libro “El Balneario de Quilmes” (Ed. Piro, 2009), nuestra costa sería considerada el “primer balneario popular de río”. Faltaba un poco aún, pero los Mulhall (propietarios y editores del Standard) no estaban errados en este relato de la inauguración del primer tranvía al río allá por noviembre de 1872.