La substancia del pueblo argentino, su quintaesencia de rudimentarismo estaba allí presente, afirmando su derecho a implantar para sí mismo la visión del mundo que le dicta su espíritu desnudo de tradiciones, de orgullos sanguíneos, de vanidades sociales, familiares o intelectuales. Estaba allí desnudo y solo, como la chispa de un suspiro: hijo transitorio de la tierra capaz de luminosa eternidad.

Así termina la crónica que Raúl Scalabrini Ortiz dedica a uno de los momentos cruciales de la historia argentina del siglo XX: el 17 de octubre de 1945, fecha de la que hoy se cumplen 80 años. Ella vio nacer simbólicamente al peronismo y aparecer en escena a un sujeto político que a partir de entonces tendría su lugar en las decisiones nacionales: la clase obrera urbana, el “aluvión zoológico”.

Durante la década del 30, producto de las medidas económicas tomadas por el gobierno conservador para paliar la crisis mundial desatada en 1929, se incrementó fuertemente la clase obrera industrial. Sin embargo, la opción del fraude electoral que ese mismo gobierno utilizó para mantenerse en el poder, fue progresivamente cerrando los canales de representación política a esa misma sociedad transformada. Este doble problema fue muy bien percibido por el hombre fuerte del golpe militar que en 1943 derrocó al gobierno conservador: el coronel Juan Domingo Perón.

En la búsqueda de canalizar las aspiraciones de esa sociedad, Perón abrió la Secretaría de Trabajo a esa nueva clase obrera, imponiendo desde el estado una nueva relación laboral con beneficios para los trabajadores. Pero también buscó el apoyo empresario, pidiendo el mismo para detener el avance de la izquierda, fuerte en los sindicatos industriales, y el apoyo político acercándose al radicalismo cordobés. En síntesis, su búsqueda se centraba en armar un frente social que, dirigido desde el estado, encauzara al país. Su idea, sin embargo, no encontró respuestas ni en la política ni en los empresarios, quienes veían como amenaza mayor a las medidas de la Secretaría de Trabajo que al avance de la izquierda en los sindicatos. Comenzó así una fuerte ofensiva, primero de las llamadas “fuerzas vivas” y luego, con la apertura política de comienzos de 1945, de los partidos de la oposición, que culminaron con la renuncia de Perón a sus cargos en el gobierno militar el 9 de octubre de ese año.

Si el apoyo obrero a Perón frente a las movilizaciones opositoras hasta entonces había sido escaso, esto cambiaría radicalmente a partir de su renuncia. Ese mismo 9 de octubre por la noche más de setenta militantes sindicales se reunieron de urgencia en el predio que el Sindicato de Obreros Cerveceros tenía en la ribera de Quilmes, decidiendo enviar una comisión a entrevistar al coronel. Esa entrevista tuvo lugar al mediodía del 10, y en ella le pidieron a un Perón notoriamente abatido que se despidiera de los trabajadores esa misma tarde desde la Secretaría. El acto fue multitudinario, reuniendo más de setenta mil personas, y fue transmitido por la cadena oficial de radiodifusión. La magnitud del mismo asombró al gobierno y provocó la inmediata reacción opositora, que veía como la indecisión oficial activaba la resistencia sindical hasta entonces dispersa: el 12 de octubre lanzaron una nueva movilización, pidiendo la renuncia del gobierno y la entrega del mismo a la Corte Suprema, cosa que sería rechazada de plano por el ejército. Mientras tanto, el general Ávalos (jefe de Campo de Mayo y nuevo hombre fuerte del gobierno) manda detener a Perón, quien es trasladado a la isla Martín García, y se nombra su reemplazante en la Secretaría de Trabajo, el que se encarga rápidamente de avisar a los sindicatos que ya no contarían con el apoyo estatal para resolver los conflictos laborales.

Mientras la oposición, confiada en su triunfo, se mantiene intransigente en su pedido de entrega del gobierno a la Corte Suprema, el movimiento obrero comienza a movilizarse, principalmente impulsado por las bases que, pronto, superarán a una conducción hasta entonces demasiado prudente. El día 15, mientras a Perón se lo traslada de Martín García al Hospital Militar (traslado gestionado astutamente por sus aliados en el ejército), una comisión de la CGT define su posición y declara la huelga general para el 18, la que es ratificada por su dirección al día siguiente. Pero las bases, una vez confirmada la huelga, no pueden esperar: el miércoles 17 de octubre desde la mañana comenzaron su marcha a la Capital para pedir la vuelta de Perón al gobierno. El periódico “El Sol” nos cuenta que “también la industria local ha sufrido los efectos de la efervescencia imperante en el campo obrero local, ya que algunas industrias radicadas en nuestro medio han debido paralizar sus tareas habituales en horas de la mañana, dado que los obreros que allí prestan servicios habían dispuesto hacer abandono del trabajo”. A las 14.30 horas una manifestación encabezada por obreros de la Rigolleau recorrieron las actuales calles Rivadavia, Yrigoyen, 12 de Octubre y Andrés Baranda, para manifestarse frente a la Cervecería primero y luego camino a la papelera en Bernal; a fin de la tarde, una nueva manifestación volvió a recorrer Rivadavia “vivando al coronel Juan D. Perón y entonando la canción patria” y, en una tribuna improvisada en la plaza de la estación de ferrocarril, varios oradores ofrecieron sus discursos a los trabajadores reunidos. También en Bernal hubo marchas y discursos.

Juan Carlos Torre, en su ensayo “La Argentina sin el peronismo. ¿Qué hubiera ocurrido si hubiese fracasado el 17 de octubre?”, identifica un determinado momento en el cual la movilización obrera podría haber sido impedida: por la mañana, Campo de Mayo pide al general Avalos permiso para movilizarse hacia la Capital y frenar a los manifestantes; Avalos se niega, pero de haber aceptado la jornada hubiera terminado de otra manera, ya que no fue hasta bien avanzada la tarde que los trabajadores de Berisso, de Ensenada, de Avellaneda y, como vimos, también de nuestro distrito, llenaron la Plaza de Mayo. Para esa hora, el grupo del gobierno opuesto a Perón ya se había rendido: Avalos y otros funcionarios militares fueron alejados de sus cargos y se le devolvieron los suyos al coronel. Pero la multitud, acostumbrada a los engaños, no se iba de la plaza. Cerca de la medianoche, el presidente Farrell decide traer a Perón desde el Hospital Militar para que les hable desde el balcón de la Casa Rosada y los invite a volver a sus casas. La jornada que marcó el nacimiento del movimiento peronista pasaría a ser conocida como el Día de la Lealtad en su particular liturgia.

La huelga que la CGT había declarado para el jueves 18 siguió adelante, transformada ahora en una jornada de festejos. Los comercios y las industrias de nuestro distrito se mantuvieron cerradas, y hubo manifestaciones en las calles y en camiones, muchos de ellos habiendo sido el medio de transporte utilizado por los obreros para llegar a Capital. El Sol comenta que “ningún incidente empañó ambas jornadas a pesar de la importancia de las situaciones que estaban dilucidándose en esos momentos.”. La jornada clave, la que dividiría la historia argentina contemporánea, también se había vivido en Quilmes.