Veraneo democrático: la playa de Quilmes

Veraneo democrático: la playa de Quilmes

Veraneo democrático: la playa de Quilmes

No todos los habitantes de Buenos Aires y pueblos circunvecinos pueden darse el placer de ir de veraneo, y es muy cómodo el poderse largar, los domingos, a las vecinas playas de Olivos, Punta Chica y Quilmes.
En todas ellas se concentra el entusiasmo del pueblo. Las sonrientes muchachas del arrabal, y los joviales mozos que le cantan tiernas endechas al son de sus vihuelas, quejándose de la ingratitud de sus amadas. Todo suspira y se alegra, a manera de un enjambre inquieto que no cesa de afanarse por estar a tono con la alegría del ambiente.
Todos los países tienen sus paisajes orilleros donde la gente modesta busca el descanso dominguero y la distracción que al espíritu pueden brindar el paisaje y el sol; pero los panoramas de nuestra tierra tienen un tipo demasiado particular, para que al observador pase inadvertido el gran espectáculo que presentan. No serán mejores que otros, pero sí reúnen cien detalles de la vida y de la eclosión de la juventud, llevadas por centenares de seres ansiosos de olvidar las crudezas de la lucha diaria, ganosos de expandimiento, anhelosos de esa alegría que purifica y reconforta el alma.
Quilmes, playa donde se ha hecho tradicional la concurrencia de familias cada domingo, cada día feriado, es uno de los puntos preferidos de la democracia veraneante. Allí, sobre la dilatada costa arenosa, teniendo de frente un grandioso cuadro formado por el Plata, las parejas corren y aspiran aire vigoroso a pulmón lleno. Quien tiene probabilidad de aparejarse un flete, puede hacer sus correrías a puro sabor criollo. Quien así no puede, le valen sus propias
piernas para recorrer una distancia que siempre parece más grande y más difícil de andar. Entretanto, las sombras de los tupidos sauzales albergan a las buenas gentes que preparan el menú, el típico menú campestre: asado, pollos, tortillas, grandes ensaladas. Y en los senderos que circunscriben la arboleda, las parejas incansables bailan al son de ligeras orquestas de mandoleones y guitarras.
Algún viejo que no ha cambiado su corazón, a pesar de la carga de los años, suele huronear entre la concurrencia soltando chistes picantes, casi siempre agresivos. Pero todo el mundo ríe, porque la ancianidad concede muchos derechos, la alegría mitiga muchas crueldades y el vino absuelve las culpas…
Cuando la gran metrópoli sea aún mayor, este cuadro cambiará. Es un producto familiar que irá desapareciendo cuando se difunda el desconcepto de la amistad. Y nos quedarán los risueños recuerdos de estos domingos de sol, de algazara y de traviesas correrías por las playas del Plata.
La salud de la infancia, que hasta hace poco sufría el detrimento de los conventillos y de la falta de lugares para dar expansión al organismo, resuelve con estos veraneos domingueros el más grave problema.
Los chicos que van a las playas, a enarenar pródigamente sus ropas y sus cuerpecitos, aspira el tónico vivificante del aire y de la luz, y reparan los estragos de la vida desaseada y estrecha, que los pobres tienen que hacer en los centros urbanos. Las playas también son caritativas…

Raimundo Bustamante, Caras y Caretas, edición del 8 de abril de 1916